Me encontré en el fondo de una cafetería a un grupo de amigos no sacerdotes, que coincidimos en el seminario. La conversación trató de «aquellos tiempos». Al llegar a casa, redacto lo que te cuento.
Cuando estudiaba interno en el Seminario Mayor de Zaragoza, había una gran posibilidad de conocer la realidad de nuestro mundo más grande que fuera. En opinión de muchos, en materias de Letras, el Seminario de entonces era intelectualmente más interesante que la misma Universidad. Lo cierto es que el deseo de aprender y conocer era enorme. Interesaba más saber que aprobar e incluso se protestó ante el Arzobispo por profesores que no daban la talla.
Estas inquietudes se veían potenciadas por la parte más joven del profesorado (varios menores de 30 años). Además, el Arzobispo Morcillo reforzó el claustro con Carlos Castro Cubells (discípulo de García Morente) y José María Cabodevilla Sánchez. En los aspectos educativos, tuvo mucha influencia Cipriano Calderón Polo, vicerrector y encargado de teólogos. Era entonces un cura periodista de 33 años que daba ideas y renovaba cosas. En la sala de estar, había diariamente una variada prensa internacional: Il Corriere della Sera, Le Monde, L’Osservatore Romano, Gaceta del Norte, El Ciervo y otros.
La obra de Charles Moeller “Literatura del siglo XX y cristianismo” (1955) nos daba pistas sobre lo que era importante leer. Camus, A. Huxley, Graham Greene, Bernanos, James Joyce, Arthur Miller, Maxence Van der Meersch, Mauriac, Casona… Ninguno de estos autores estaba en la biblioteca; se adquirían de forma particular. No fue preciso que el Papa nos recomendase leer novelas. Lamentábamos la carencia de clases de inglés y teníamos que aprenderlo particularmente pagándonos el método Asimil.
Por el aula de conferencias pasaron entre otros el Padre Ignacio Elizalde, José Manuel Blecua, J.L. Martín Descalzo, Ildefonso Manuel Gil y también jugadores del Atleti de Bilbao. En teatro leído, por ejemplo, “Escuadra hacia la muerte” (prohibida tras su 3ª representación en Madrid) o “La barca sin pescador” eran elegidas y representadas por los jóvenes alumnos de Filosofía que tenían entre 16 y 20 años. Se leían obras tan densas como “El pensamiento de Carlos Marx” de Yves Calvez, artículos de Arnold Toynbee o apuntes de personalidades cristianas como Alberdi, monseñor Ancel o Joseph Cardijn.
La información sobre lo acontecido en el día había que sacarla -previa capacidad crítica- de los periódicos extranjeros o de la escucha de emisoras extranjeras de onda corta (París, BBC, Montecarlo, Pirináica, Moscú, Praga, Varsovia, Pekín, etc). Esto era posible aguantando el ruido del molesto buzzer colocado por la censura gubernamental y gracias a un superheterodino de muchas lámparas montado por el sacerdote Alfredo Gil Muro cuando era seminarista. Las noticias normales se escuchaban por radio Zaragoza, usando receptores de galena o de germanio hechos por los propios usuarios.
Así se formaban los curas. Luego quedaba para algunos, ir a trabajar como obreros a Alemania, estudiar en Salamanca, Comillas, Madrid, Roma, Innsbruck, Munich, Lovaina, Paris…
Otro día te contaré lo referente a la formación. Considero todo esto como un privilegio que tuve. No son opiniones mías: son hechos constatables. Todo muy distante de nuestro tridentino seminario actual. Hasta que se sustituya por otro método de preparación al sacerdocio, debería mejorarse éste con urgencia.
Un abrazo cargado de añoranza y de esperanza en el futuro.
Ángel Calvo Cortés. Diócesis de Zaragoza


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