Pues sí. Hacia esa transparencia debemos encaminar nuestra conversión sinodal, aunque no únicamente. Sin embargo, empezar por entender bien esto es muy importante.
Nadie está hablando de controlar, vigilar, ni mucho menos sospechar de entrada, pero sí de saber que la transparencia es algo necesario a todos los niveles para evitar males posteriores.
El Documento final de la XVI Asamblea del Sínodo finalizado el pasado 27 de octubre –que es Magisterio eclesial al estar refrendado por el papa Francisco y no haber exhortación, también por decisión de Francisco- da las pistas necesarias para que entendamos que todos somos responsables de la necesidad de que nuestra forma de relacionarnos cambie, y de que el cuidado de todos pasa porque todos sepamos qué sucede en nuestras diócesis. Sí, es una forma de cuidado a la que no estamos acostumbrados.
Hasta ahora, hemos sabido lo que se consideraba desde algunas instancias que debíamos saber, ¿por decisión de quién? La transparencia va mucho más allá de una pestaña en la web de cualquier obispado donde la información es, exclusivamente económica y totalmente “light”, porque no se informa de nada. En el nº 98 del Documento final, se lee: […] La transparencia y la responsabilidad no sólo deben exigirse cuando se trata de abusos sexuales, financieros y de otro tipo. También concierne al estilo de vida de los pastores, los planes pastorales, los métodos de evangelización y el modo en que la Iglesia respeta la dignidad de la persona humana, por ejemplo, en lo que respecta a las condiciones de trabajo dentro de sus instituciones.
Habrá personas que se sorprenderán por el texto citado, sin embargo, lo que debería causar sorpresa y asombro, es que hayamos tenido que esperar a este Sínodo para dejar por escrito algo que, como Iglesia, teníamos que haber tenido como norma de conducta habitual, más, cuando nos hemos pasado la vida diciéndole a los demás, cómo debían vivir y qué estaba bien o mal.
Y, para que nadie malinterprete o saque conclusiones equivocadas, copio literalmente el nº 96 del Documento: En particular, con respecto a la transparencia, surgió la necesidad de iluminar su significado vinculándola a una serie de términos como verdad, lealtad, claridad, honradez, integridad, coherencia, rechazo de la opacidad, la hipocresía y la ambigüedad, y ausencia de segundas intenciones. Se hizo referencia a la bienaventuranza evangélica de los puros de corazón (Mt 5,8), al mandato de ser «sencillos como palomas» (Mt 10,16) y a las palabras del apóstol Pablo: «Hemos rechazado los disimulos vergonzosos, no actuando con astucia ni falseando la palabra de Dios, sino proclamando abiertamente la verdad y presentándonos ante toda conciencia humana, a los ojos de Dios» (2 Cor 4,2). Se hace referencia, por tanto, a una actitud subyacente, enraizada en la Escritura, más que a un conjunto de procedimientos o requisitos administrativos o de gestión. La transparencia, en su correcto sentido evangélico, no compromete el respeto a la intimidad y a la confidencialidad, la protección de las personas, de su dignidad y de sus derechos, incluso frente a pretensiones indebidas de la autoridad civil. Todo ello, sin embargo, nunca puede justificar prácticas contrarias al Evangelio ni convertirse en pretexto para eludir o encubrir acciones contra el mal. En todo caso, por lo que se refiere al secreto confesional, «el sello sacramental es indispensable y ningún poder humano tiene jurisdicción sobre él, ni puede pretenderla» (Francisco, Discurso a los participantes en el XXX Curso sobre el Foro Interno organizado por la Penitenciaría Apostólica, 29 de marzo de 2019).
La transparencia es asunto de todos porque la Iglesia somos todos. Cada diócesis deberá, entre todos, buscar los cauces para que esa transparencia sea efectiva cuanto antes. Va a ser un reto, pero un reto que nos ayudará mucho a todos los niveles. Transparencia, rendición de cuentas (que no se refiere a cuentas económicas), evaluación, discernir buenas prácticas presentes en la sociedad civil y aplicarlas, deberán estar presentes en los informes que se presenten en las visitas ad limina (Cfr. nº 101). Y, aún recordando que la economía no es el único campo sobre el que habrá que poner mucha transparencia, pero teniendo en cuenta que por algo hay que empezar, me atrevo a preguntar: ¿cuándo se nos va a explicar en Zaragoza que pasó y quién pagó los 200.000 euros –y algo más que exigía el Ayuntamiento por el vallado de una de las torres- que costó rescindir el contrato con la empresa que iba a realizar la obra en las torres del Pilar? No es de recibo que la única información la tengamos por Heraldo de Aragón. Fuera la diócesis o el cabildo, no deja de ser dinero de todos porque, todos somos Iglesia.
Cristina Inogés Sanz. Diócesis de Zaragoza


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