Uno de los temas que aparentemente «se han caído” de la primera línea de reflexión del Sínodo ha sido el del clericalismo. El documento final de síntesis de 2023 tan apenas entró en esta cuestión. Lo definía en el capítulo 9 en relación con el machismo y con los abusos sexuales por parte del clero, de poder y económicos. Y, posteriormente, en el capítulo 11, al hablar de la necesaria formación de presbíteros y diáconos. Pero no se detenía en otras manifestaciones, ni se fijaba en propuestas concretas para combatir esta lacra. Algo sorprendente si tenemos en cuenta el empeño con el que el propio papa Francisco, de forma reiterada, ha señalado que el clericalismo es, a su juicio, el peor mal que puede tener hoy la Iglesia. Lo mismo cabe decir del Documento final de 26 de octubre de 2024, en el que el término «clericalismo» aparece solo tres veces; dos en el número 74, al tratar de la colaboración entre los ministros ordenados y una más en el número 98 en el contexto de los criterios de transparencia, rendición de cuentas y evaluación.
Por otro lado, un dato que ha llamado la atención desde las primeras fases del proceso sinodal es el de la escasa participación del clero y especialmente del clero joven. Un dato que los propios obispos han señalado, aunque no han cuantificado ni aireado abiertamente en manifestaciones públicas. La perplejidad ante este fenómeno es todavía mayor si tenemos en cuenta la alta encomienda que los primeros documentos sinodales encargaban a presbíteros y diáconos. En el Vademécum de 2021, se les denomina “heraldos de la renovación», para señalar cómo el Espíritu Santo está abriendo nuevos caminos y se les pide “promover una genuina experiencia espiritual de la sinodalidad». Por tanto, un papel crucial y de liderazgo que desempeñar en el acompañamiento de todo el Pueblo de Dios.
Vistos los resultados, no cabe ninguna duda de que esto no ha sido así, y no solo porque esta misión especial no se haya asumido con el necesario entusiasmo, sino porque, además, las posturas de inhibición, a veces disfrazadas de no injerencia, y las abiertamente hostiles al proceso sinodal y al papa Francisco han creado confusión entre los propios cristianos laicos. De modo que, uno de los propósitos iniciales del Sínodo, “Superar el flagelo del clericalismo”, no ha sido tomado en consideración por el propio clero y posiblemente haya sido percibido como un ataque ante el que defenderse, si no abiertamente, sí con una llamativa indiferencia. Y es que, como dicen algunos, asistimos hoy a un cambio de orientación eclesial que tiene uno de sus puntos fuertes en la «reclericalización de los ministros». Un giro que se antoja intrínsecamente incompatible con el objetivo de una Iglesia sinodal.
No me corresponde a mí analizar las raíces psicológicas y espirituales que expliquen este tipo de fenómeno, ni mucho menos entrar en el juicio de las actitudes ni de las personas. Pero estoy convencido de que, como dice Martín Velasco, el clericalismo constituye uno de los mayores obstáculos para la realización de la Iglesia como Pueblo de Dios de acuerdo con los criterios evangélicos. Y, en todo caso, creo que determinadas inercias estructurales en la Iglesia más institucionalizada favorecen un tipo de superioridad del clero sobre el resto del Pueblo de Dios que, no dependiendo sólo de las actitudes personales, son frecuentemente el caldo de cultivo en el que crecen y se mantienen esos sentimientos de superioridad que están en la base del clericalismo y que finalmente unos y otros aceptamos como normales, en lo que, en una desafortunada expresión, se ha dado en llamar «clericalismo bidireccional».
En nuestro grupo sinodal abordamos esta cuestión y señalábamos algunos hechos, como, por ejemplo, el uso de unos distintivos en la forma de vestir tanto en la celebración como en la vida ordinaria que, independientemente de su significado religioso, pone socialmente de manifiesto la superioridad del clero sobre el resto del pueblo de Dios. Algo que tiene su continuidad en la aceptación de tratamientos de distinción frente al resto y en la utilización de una jerga clerical extraña al lenguaje y formas de expresión habituales.
Sigue siendo habitual que los sacerdotes actúen de forma autónoma, sin hacer mucho caso de los propios organismos eclesiales, acaparando el control de la economía parroquial y situándose ante la comunidad cristiana como dueños y señores, abusando en ocasiones su posición para imponer sus ideas o su particular modo de entender la vida cristiana. Todo ello con una resignada y pasiva aceptación del laicado.
Influye negativamente en la comunidad cristiana la potestad de la que en la actualidad disfrutan los párrocos de dirigir sus parroquias según su estilo, sin una lógica continuidad con las etapas anteriores, sin el consenso de un trabajo en equipo con los demás sacerdotes y otros cristianos en estructuras supra parroquiales, y todo ello sin control o, cuando menos, al margen de las directrices de sus superiores jerárquicos. Así mismo, es expresión del clericalismo el pésimo funcionamiento de los consejos parroquiales, arciprestales, de vicaría y diocesanos. Un motivo constante para el descrédito de estos organismos sinodales que, tanto los presbíteros como el obispo, sienten que pueden poner en cuestión su libre albedrío.
Son solo algunos ejemplos. La reflexión sobre cómo dar pasos para superar esta situación implica necesariamente la recepción de la doctrina eclesiológica de Lumen Gentium, doctrina que se ha llevado a la práctica solo en parte, pero que no caracteriza todavía a nuestra Iglesia: que el sujeto eclesial es el Pueblo de Dios y no la Jerarquía.
Además, en esta nueva situación, combatir el clericalismo requiere, no tanto la crítica de determinadas actitudes y prácticas del clero, cuanto la promoción de los laicos y su capacidad crítica. No nos olvidamos de que se trata de un problema “estructural” y que los cambios requieren medidas concretas sin dilación que nos eduquen a todos en una nueva forma de relaciones dentro de la Iglesia. Una educación basada siempre en la escucha mutua, el respeto, la paciencia y la perseverancia.
Pero sin olvidar que es inaplazable la lucha y la estrategia para erradicar la lacra del clericalismo, un tema directamente relacionado con el de la autoridad en la Iglesia y con el de la mujer y que, por tanto, ha de estar en el centro del discernimiento de una Iglesia que quiere ser sinodal. Los cristianos así lo perciben ya en este camino emprendido y, lógicamente, expresan su malestar. Necesitamos ahora que el clero en general se sume a la causa y asuma como norma el criterio de la conversión pastoral y personal en lo que a sí mismos concierne. Pero también, y sobre todo, habrá que ver cómo la jerarquía de la Iglesia aborda esta cuestión y qué medidas concretas de tipo estructural podemos esperar de la celebración del Sínodo y de su concreción en nuestras respectivas Iglesias locales para una progresiva superación del clericalismo en la Iglesia.
Emilio Aznar Delcazo. Diócesis de Zaragoza


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