No hay alternativa. Vivimos inmersos en un cambio de época. Y nos ha tocado en suerte un período excepcional de la vida de la Iglesia. ¿Sabremos estar a la altura? ¿Seremos capaces de superar ciertas reacciones de vía estrecha? ¿Estaremos abiertos para acoger las luces que el Espíritu Santo nos ofrece? En principio, todos admitimos que el Espíritu de Dios ha buscado siempre la transformación de cada creyente y de la Iglesia entera, para llegar a “renovar la faz de la tierra”. Pero no pocas veces, en lugar de una constante conversión de brazos abiertos, se han ido levantado muros y barreras infranqueables dentro de la misma Iglesia. ¡A lo largo de los siglos, auténticos palos en las ruedas!
Ahora bien, hoy es posible ver más allá de esas murallas y trincheras. Llenos de esperanza, constatamos que hay suficientes elementos como para poder ampliar el horizonte en el que nos movemos. El Proceso Sinodal ha sido el camino providencial que Dios ha puesto delante de nuestros pies. Con el Papa Francisco, hemos descubierto que es posible romper esquemas inservibles. Hemos sentido que, donde se habían cerrado puertas, Dios ha ido abriendo más y más ventanas. Estamos aprendiendo a leer el Evangelio con ojos nuevos. Y el resultado es maravilloso.
¿Qué se necesita para que todo esto vaya ganando terreno? Durante estos tres años del Proceso Sinodal, ha quedado claro que la CONVERSIÓN SINODAL es esencial. Eso incluye, en primer lugar, la conversión personal. Pero nos encontramos con que no siempre ha sido bien entendido el significado de esta propuesta. La conversión no ha sido presentada como la búsqueda apasionante del Reinado de Dios por encima de todo. Ha quedado asociada “al pecado y a la culpa”, y no a “la gracia y a nuevas oportunidades”; se ha visto más cercana al “remordimiento”, y menos a “la llamada para crecer y ser más” en todos los sentidos y direcciones. Ahora bien, junto al cambio de la mente y del corazón, se requiere una reforma tangible y constatable de los mecanismos y estructuras de la Iglesia que no estén de acuerdo con las exigencias del Evangelio. Es fundamental abrirse de par en par a una CONVERSIÓN SINODAL, sin excepción alguna. Desde el último bautizado, pasando por los obispos, sacerdotes y laicos, hasta el Papa Francisco, todos estamos invitados a dar ese paso. La conversión sinodal es, sin duda alguna, la invitación de Dios para que todos y cada uno de los discípulos de Jesús renunciemos a la rigidez e intransigencias farisaicas. Todos tenemos necesidad de hacer que la escucha y la comprensión superen con mucho la actitud de quienes se consideran dueños de la verdad. Pero también es un fuerte reclamo a la organización de la Iglesia para que renuncie a todo tipo de prepotencia institucional, y aprenda a lavar los pies de la humanidad. Como ya afirmaba el Papa Francisco en octubre de 2015, Dios espera que la Sinodalidad sea el camino a seguir en el tercer milenio, y por tanto en este siglo veintiuno. No hay otra salida.
Franmar. Diócesis de Zaragoza

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