He participado en el trabajo del grupo sinodal de mi parroquia, desde el principio. Un grupo heterodoxo, hombres y mujeres, más mujeres que hombres, como siempre, distintos niveles de formación académica, diferentes ideologías político-sociales. Nuestro compromiso con las reuniones, total, no faltábamos a ninguna, además había galletitas de chocolate.
Comenzábamos, “Invocamos la ayuda que nos viene de Dios” … y éramos conscientes de estar haciendo algo importante, porque invocar esa ayuda en una reunión así daba como respeto y porque… era la primera vez que la Iglesia nos pedía opinión, nos pedía que hablásemos… ¿Cómo podemos mejorar? ¿Todos? ¿Y esos que están alejados por definición?… los divorciados, los divorciados y vueltos a casar (que no son lo mismo), los padres y madres solteros o sea con hijos y sin cónyuge, las personas de sensibilidades y géneros diferentes, los sacerdotes casados, los que estaban y se alejaron, que son un montón, porque la experiencia de pertenencia se fue diluyendo sin mensaje como un azucarillo en un vaso de leche… Somos tantos y tan complejos y nos pregunta el Papa a nosotros, a este pequeño grupo parroquial, formados por seis personas y un cura, bueno que el cura también es persona, pero más rarito, ¿vale?
Y las dos palabras reinantes, repetidas hasta la saciedad, imposibles de no reproducir, reiteradas continuamente: escuchar y discernir, escuchar y discernir… Y vale, lo reconozco, las primeras reuniones fueron peleas de gallos (y en ello debo proclamar el mea culpa), pero dieron paso a una actitud de: vale, voy a escuchar lo que dice este señor, sin lanzarle una galletita de chocolate a la cabeza, escuchar… y ahora discernir. Paso por escuchar y ser educada, pero mis ideas son mías, mis pensamientos también y este señor se va a ganar otra galletita de chocolate en la cabeza, porque no me entiende o no quiere entenderme. Y, poco a poco, los ánimos se calmaron, comenzamos a escuchar y a discernir y comenzó el Espíritu a batir las alas y a revolotear de alegría, por nuestras cabezas, yo lo note…
Pero yo quería más, quería saber si éramos los únicos o una parte de otros muchos que queríamos todos los mismo. Y con el tiempo comenzaron a llegar documentos de otras partes del mundo. Todos queríamos más o menos lo mismo, vemos los mismos problemas, los integramos el Pueblo de Dios y queremos una Iglesia Pueblo, una Iglesia abierta (porque además siempre están cerradas), una Iglesia que se adapta (no confundir con la palabra cambio, eh?). No… nuestra Iglesia se adapta a los tiempos, porque tenemos un mensaje tan imponente que no lo podemos dejar metido en odres viejos, que tiene que llegar, rasgar y emborrachar corazones, cuerpos y almas.
Y la esperanza brilló en mis ojos, lo sé y en el de mis seis compañeros y el cura, también, porque lo vi…
El tirón del Papa Francisco se nota, ese Papa que quiere que sus pastores huelan a oveja, perfecto, mójate, implícate presbítero, camina con tus feligreses, comparte, ayuda, déjate ayudar, delega, haz lo importante, estudia, enseña, habla y predica. Coherencia, transparencia, empatía, proximidad, compromiso… El Señor compartido, troceado, tomad y comed…
Ahaaaayyyy!!!! Señor, con el hombre hemos topado. Hombres como otros, con hambre de poder y divinidad, porque yo soy un elegido, y debo dirigir a otros, estoy en un escalón superior, he sido llamado…
Y después de muchas reuniones de trabajo del Sínodo, siempre llegamos a la misma raíz del problema: si las actitudes y las aptitudes, que son las que ayudan a predecir tanto los patrones de comportamiento como las habilidades y destrezas de una persona, del 80% de los sacerdotes de este mundo no cambia, nada cambiará en la Iglesia, nada. Porque si el pastor no se mancha de barro las sandalias, no huele a oveja después de ponerla en sus hombros como imagen del Buen Pastor de Jesús, si no se hace pequeño como el mas pequeño y no nos enseña con su ejemplo, la humildad, la generosidad y la misericordia…., francamente amigos, lo tenemos cada día más difícil, el Pueblo de Dios no crecerá, y esta esperanza tan transformadora no se completará. Pero otro día hablaremos de la corresponsabilidad del Pueblo de Dios.
Y, sin embargo, no me voy a dejar vencer por el desanimo y voy a seguir la frase de mayo del 68: “Se realista, pide lo imposible”, o las palabras de mi buen Papa: “Hagan lío”, que vienen a ser como dijo san Pablo: “Ser niños en malicia, pero hombres maduros en mentalidad”.
Ahora que he aprendido a escuchar…, no me basta…, ¡quiero ver resultados en mi camino!
Gema López-Menchero Mínguez. Diócesis de Zaragoza

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