Invito a cada uno a acompañar este camino
de reconciliación con el mundo
que nos alberga, y a embellecerlo
con el propio aporte,
porque ese empeño propio tiene que ver
con la dignidad personal y con los grandes valores.
(Francisco, Laudate Deum 69)

Por nuestro bautismo somos sacerdotes, profetas, y reyes. El mundo en el que vivimos como cristianos y miembros de la Iglesia, nos necesita con urgencia como profetas. No de calamidades, que de esos ya hay bastantes, sino de aquellos que reconocen la situación sin miedo, la cuentan con realismo, y animan a que seamos capaces, no de encontrar una solución a los grandes problemas, pero sí a hacer lo que esté en nuestra mano para que este mundo tenga una cara más amable para algunas personas. Profetas de vida.

En la encíclica Laudato Si’, Francisco, nos recordó que somos tierra (n.2). Todos somos tierra. Tierra, lo del barro dio por sabido que lo recordamos, pero ser tierra es otra cosa. Y está muy bien que se nos recuerde que somos tierra, porque así tenemos presente nuestro origen que, aunque nos dice que somos polvo de estrellas, resulta que la propia tierra también lo es; la dependencia de la tierra para vivir; nuestro formar parte de los ecosistemas donde vivimos; el extremo cuidado que debemos mantener para cuidarla y protegerla para las siguientes generaciones…

Hemos trabajado la sinodalidad durante tres años de forma intensa y, ahora, toca hacer realidad aquello que nos dijimos unos a otros y escuchamos para hacerlo nuestro. Ahora toca que nuestra tierra, la de cada uno y la de todos juntos, sea consciente de que la sinodalidad también es tierra que hay que cuidar y que a ella no le va bien ser barro, salvo que esté muy bien cocido para no romperse a la primera ocasión.

Hay situaciones de guerra y hambruna que tenemos olvidadas; casi hemos borrado Ucrania de nuestro pensamiento; y hemos pasado del horror (y no hacer mucho, la verdad) de Gaza, a creer que ha llegado la paz. La historia nos demuestra que la paz en algunos lugares dura menos que un suspiro. De hecho, al día siguiente de iniciarse el alto el fuego, las bombas volvieron a caer en Gaza y la paz sigue siendo un deseo más que una realidad.

Y, ahí, es donde entramos todos como profetas. Porque, además del bautismo, la sinodalidad nos llama a ello. Cualquiera de nuestras acciones tienen que ser capaces de generar una conversión en nuestro entorno que lleve a una convicción de que la paz es posible y, sobre todo, a hacernos perder esa sensación de falsa seguridad que tenemos. Vivir en un lugar de la tierra y no en otro, no es garantía de nada. ¿Se nos ha olvidado ya que en 2020 ‘algo’ que no podíamos ver nos sometió a todos por igual?

Nuestro profetismo debe conducirnos a reconciliar el mundo consigo mismo y a nosotros con él. Profetas de vida que huyen de polarizaciones eclesiales, sociales, y políticas. Apuntar la realidad que nos rodea, pero no descargar la búsqueda de la posible solución en otros, porque todos somos responsables. Leer en clave de vida y no de muerte o de indiferencia porque, juntos, si nos lo proponemos de verdad, podremos crear un entorno próximo más positivo.

La conversión sinodal y el cambio de mentalidad deben empezar por nosotros mismos, a todos los niveles. Imaginemos por un momento lo que podría cambiar la realidad, aún la más cercana, si cada uno de nosotros pusiera en práctica esa conversión y esa nueva mentalidad y actuara en consecuencia en 50 metros a la redonda de sí mismo. Sin grandes cosas, lo cotidiano.

Para los creyentes, la dimensión espiritual nos lleva al centro de la existencia sin perder el eje fundamental y necesario: En la vida todo está conectado, reconectado, interconectado y en una conexión profunda con Dios que hace que la vida suceda en su plenitud (1). Los no creyentes que también pueden ser profetas de vida, podrán decir esto mismo de otra manera. Y sonará igual de bien.

Si somos buena tierra seremos muy generosos y se notará. ¿Probamos a ser tierra buena y profetas de vida?

Cristina Inogés Sanz. Diócesis de Zaragoza

(1) La idea es de MAZZUCO FILHO, V. (2021). Ecoteologia. Bragança Paulista, SP: Universidade São Francisco.


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