No es fundamentalmente en la liturgia donde los laicos están llamados a desarrollar su protagonismo en la Iglesia. Acostumbrados, como estamos, a identificar la relevancia eclesiástica en relación con obispos y sacerdotes en cuanto que ellos están al frente de la celebración de los sacramentos, podemos perder de vista que, por un lado, existen muchos y variados puestos de responsabilidad en la Iglesia para los que no es necesario el sacramento del orden y, por otro, que el laico, en virtud de su índole secular, es quien tiene la encomienda y el carisma que le capacita de una manera especial y única para ser testigo del Evangelio en el mundo de hoy. El mundo y las actividades seculares constituyen el lugar propio donde el laico debe encontrar a Dios y ejercer su misión evangelizadora, siendo «como la levadura en la masa». Una promoción de los laicos que tenga como objetivo el desarrollo de ministerios principalmente orientados al culto y a la relevancia del laico en la liturgia no hace sino reproducir la concepción de una Iglesia clericalizada.
El Documento final del Sínodo amplía las posibilidades de participación de los laicos y de los consagrados más allá de las funciones litúrgicas. Del proceso sinodal surgen, en particular, algunas necesidades concretas, a las que se debe responder de manera adecuada a los diferentes contextos (Documento final, nº 77). Así, por ejemplo, una participación más amplia de laicos y laicas en los procesos de discernimiento eclesial y en todas las fases de los procesos de elaboración y toma de decisiones. Un acceso más amplio de laicos y laicas a los puestos de responsabilidad en las diócesis y las instituciones eclesiásticas, incluidos los seminarios, los institutos y las facultades de teología. Un mayor reconocimiento y apoyo a la vida y a los carismas de los consagrados y consagradas y a su empleo en puestos de responsabilidad eclesial. El aumento de laicos y laicas cualificados como jueces en los procesos canónicos. Y todo ello, con el reconocimiento efectivo de la dignidad y el respeto de los derechos de quienes trabajan como empleados de la Iglesia y de sus instituciones.
En esta misma línea, en la diócesis de Zaragoza, concluíamos la fase diocesana del Sínodo afirmando que la Iglesia local no se entiende sin la participación activa de un laicado comprometido con la sociedad y corresponsable de la misión evangelizadora en razón de su vocación bautismal y de los consagrados y consagradas en el desarrollo de sus propios carismas. Pero, decíamos, lo realmente imprescindible en este momento es una mayor presencia de los laicos en general, y de las mujeres en particular, en los órganos de gobierno de la Diócesis (Síntesis diocesana C.2., 1). Los laicos y laicas deben ser escuchados y estar presentes en los órganos de gobierno de la Iglesia, evitando la discriminación por ser mujeres (Síntesis diocesana C.3., 2). De hecho, éstas van a ser cuestiones de las que las Iglesias locales tendrán dar cuenta: el ámbito del acceso efectivo a funciones de responsabilidad y roles de liderazgo que no requieren el sacramento del Orden por parte de mujeres y hombres no ordenados, tanto laicos y laicas, como personas consagradas; y el de la experimentación de formas de servicio y ministerio que respondan a las necesidades pastorales de cada contexto (Pistas para la fase de implementación del Sínodo).
Del proceso sinodal surge además con fuerza la idea de que los cristianos, personalmente o en forma asociada, estamos llamados a hacer fructificar los dones que el Espíritu concede con vistas al testimonio y al anuncio del Evangelio. Estos dones no son propiedad exclusiva de quien los recibe, son para contribuir tanto a la vida de la comunidad cristiana como al desarrollo de la sociedad en sus múltiples dimensiones. De ahí que a los laicos se les confía especialmente responder a las exigencias de la misión en los contextos en los que viven y trabajan. Son ellos los que recorren los caminos del mundo y en sus ambientes de vida anuncian el Evangelio sostenidos por los dones del Espíritu (Documento final, nº 57-58). No son sobre todo las necesidades organizativas de la Iglesia el campo propio de los laicos. En una Iglesia sinodal misionera, bajo la guía de sus pastores, las comunidades se concebirán a sí mismas principalmente al servicio de la misión que los laicos llevan a cabo en la sociedad, en la vida familiar y laboral, sin centrarse exclusivamente en las actividades que tienen lugar en su interior y en sus necesidades organizativas (Documento final, nº 59). Consigna que el Sínodo extiende de forma consecuente a la composición de los órganos de participación, tales como los consejos, cuando dice que es esencial que estos órganos incluyan a personas bautizadas comprometidas con el testimonio de la fe en las realidades ordinarias de la vida y en las dinámicas sociales, con una reconocida disposición apostólica y misionera, y no solo a personas dedicadas a organizar la vida y los servicios dentro de la comunidad (Documento final, nº 106).
La exhortación de Juan Pablo II de 30 de diciembre de 1988, Vocación y misión de los laicos, contemplaba como dos grandes ámbitos de realización: el de su participación en la vida de la comunidad cristiana (Iglesia-comunión) y el de su corresponsabilidad en el anuncio del Evangelio (Iglesia-misión). Y, si el primer aspecto es fundamental en cuanto que el papel del laico en el interior de la Iglesia no se entienda como de prestado, ni como una mera colaboración con el sagrado ministerio de los pastores; el segundo, lo es todavía más por lo que tiene de misión propia e insustituible: la de vivir el evangelio sirviendo a la persona y a la sociedad (Christifideles laici, nº 36). El Sínodo, por su parte, lo que hace es ensanchar el ámbito de la comunión intraeclesial al introducir cuestiones como la del ejercicio de puestos de responsabilidad organizativa o la de la participación de los laicos en el gobierno de la Iglesia y en la toma de decisiones. Pero, al mismo tiempo, da una importancia mayor, si cabe, a la misión propia del laico en la sociedad en el contexto de una Iglesia sinodal misionera: en la familia, en el lugar de trabajo y en las profesiones, en el compromiso cívico y político, social o ecológico, en el desarrollo de una cultura inspirada en el Evangelio o en la evangelización de la cultura del ambiente digital (Documento final, nº 58).
¿Será la fase de implementación del Sínodo la nueva oportunidad que se nos brinda para que los laicos asuman un verdadero protagonismo y ejerzan un liderazgo personal y colectivo que haga presente a la Iglesia en el mundo y la sociedad? Y, si esto es así ¿Qué cabe esperar del ministerio ordenado en la promoción de un laicado secular, autónomo, responsable con su misión propia, crítico y maduro?
Emilio Aznar Delcazo. Diócesis de Zaragoza


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