Lamentable el enfoque con el que los medios de comunicación, incluida la COPE, se han hecho eco estas últimas semanas de la autorización concedida por el obispo de Tuy-Vigo a una mujer, Almudena Suárez, para que se encargue de la celebración de la Palabra en 7 parroquias de la diócesis. La noticia, recogida, por ejemplo, en La Voz de Galicia se expone con un evidente tono de novedad y, además, se justifica por la escasez de sacerdotes. De manera que, el liderazgo que en principio se le hubiera podido atribuir a esta cristiana en la Iglesia por su encomienda litúrgica, queda totalmente desdibujado al reconocer, incluso ella misma, que se trata de una labor de mera suplencia.
El Documento final del Sínodo aborda la participación de los laicos, hombres y mujeres, en la misión pastoral de la Iglesia como algo propio y expone el tema al hablar de los carismas y ministerios, un punto de vista que en ningún momento se relaciona con la falta de sacerdotes para presidir la eucaristía y que se fundamenta más bien en los carismas que el Espíritu difunde por la condición bautismal del cristiano y en la misión de la que de forma conjunta somos responsables.
En relación con las mujeres, el mensaje sinodal es inequívoco: «No hay nada que impida que las mujeres desempeñen funciones de liderazgo en la Iglesia, pues lo que viene del Espíritu Santo no puede detenerse» (Documento final, nº 60). Y hace un llamamiento a la plena aplicación de todas las oportunidades ya previstas en la legislación vigente en relación con la función de la mujer, en particular en los lugares donde aún no se han desarrollado.
La fórmula de encargo oficial, o de envío en misión, por parte de un obispo, que parece se ha empleado en el caso de Tuy-Vigo, se enmarca dentro de lo que el Sínodo llama ministerios no instituidos, es decir, ministerios desempeñados por laicos, hombres y mujeres, sin rito de institución litúrgica, pero ejercidos con estabilidad por mandato de la autoridad competente (Documento final, nº 76). A continuación habla también de ministerios extraordinarios, tales como el ministerio extraordinario de la comunión (Instrucción Inmensae Caritatis de S.S. Pablo VI, 29 de enero de 1973), la presidencia de las Celebraciones dominicales en espera de presbítero (anteriormente Celebraciones Dominicales y Festivas en ausencia de Presbítero), la administración de ciertos sacramentos y otros (Documento final, nº 76).
Nada de novedoso tiene pues la noticia a la que nos venimos refiriendo. De hecho, en la diócesis de Zaragoza es práctica habitual desde hace 30 años, 1995, año en el que se puso en marcha una experiencia de grupo en la zona de Campo Romanos y posteriormente se amplió a la vecina comarca de Daroca. Merecería la pena evaluar con detenimiento lo que esta práctica pastoral ha supuesto para la vida de la Iglesia en el medio rural y sobre todo para los cristianos de esas 28 parroquias que componen las dos comarcas. En aquel momento, por mandato del obispo Elías Yanes, y la organización del vicario episcopal Joaquín Aguilar y del párroco Ernesto Brotóns, actual obispo de Plasencia, se les hizo el encargo a cinco laicos, tres varones y dos mujeres, de presidir las celebraciones dominicales de forma alterna en los pueblos y de llevar la comunión a los enfermos, con un programa de preparación riguroso y sistemático. A la luz de esta buena práctica sinodal, nada de extraño tiene que en la síntesis diocesana del Sínodo en 2022 se diga que hay que preparar celebrantes de la Palabra tanto en las parroquias rurales como en las urbanas donde sea necesario (Diócesis de Zaragoza, síntesis diocesana, C.2., 2). Y también, en el contexto de la promoción de los ministerios laicales, se propone alternar misas y celebraciones de la Palabra a cargo de laicos/as y consagrados/as bien preparados/as (Diócesis de Zaragoza, síntesis diocesana, C.1., 6).
En la actualidad, tras la institución del ministerio del catequista por el papa Francisco en la carta apostólica Antiquum ministerium de 10 de mayo de 2021, y la reforma de los de lector y acólito, en Spiritus Domini, de 10 de enero de 2021, sin hacer distinción de sexo, en la diócesis se han dado nuevos pasos y ya hay un grupo de ministros y ministras instituidas. El mismo consejo presbiteral, en sesión conjunta con el de pastoral el pasado 15 de marzo, se planteaba en clave sinodal por qué tenemos que impulsar los ministerios laicales en nuestra diócesis y qué pasos hemos de dar para sensibilizar e impulsar su puesta en marcha.
Así las cosas, el alcance y la novedad del nombramiento de Almudena Suárez el pasado 1 de septiembre se reduce a una autorización para que dirija la celebración de la Palabra en estas siete parroquias del arciprestazgo de A Louriña. En el nombramiento, ni se hace referencia al ministerio extraordinario de la comunión, ni se habla de presidencia de celebración dominical, ni tiene que ver con ningún tipo de ministerio estable, tales como los de lector, acólito o catequista, ni mucho menos se le confía una participación en la cura pastoral de las parroquias, tal como contempla el Derecho canónico en el canon 517.2 cuando, de forma extraordinaria, permite esa encomienda a un diácono, a otra persona que no tenga el carácter sacerdotal o a una comunidad, en el caso de escasez de sacerdotes. Se trata, por tanto, y pese a lo llamativo, de un nombramiento de perfil bajo y en un contexto de escasez de sacerdotes, que ni avanza en plena aplicación de todas las oportunidades ya previstas en la legislación vigente en relación con el lugar de la mujer en la Iglesia y su acceso a puestos de responsabilidad, ni se presenta como expresión de la riqueza de carismas y ministerios que el Espíritu difunde a cada cristiano en virtud de su condición bautismal.
¿Alguien me sabe decir entonces en qué consiste la novedad y relevancia mediática de este nombramiento?
Emilio Aznar Delcazo. Diócesis de Zaragoza


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