La esperanza constituye el mensaje central del Jubileo que celebra la Iglesia en este 2025. Spes non confundit, “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5), es el título de la carta de convocatoria por el papa Francisco con fecha 9 de mayo de 2024. En la misma, se describe un movimiento que va del “caminar juntos” del Sínodo 2021-24 al “confesar juntos” del símbolo de Nicea, en el 1.700 aniversario de su celebración, expresado en la fórmula “creemos” (Spes non confundit, nº 17), uno de los contenidos principales de este año jubilar .
La celebración del Jubileo de la esperanza enlaza así con los trabajos de los tres últimos años, para que el esfuerzo con el que la Iglesia ha de seguir afrontando su propia conversión sinodal en línea con la renovación iniciada en el Concilio Vaticano II, lo vivamos ahora como una intensa experiencia de gracia y esperanza.
La llamada a la esperanza acontece en un contexto histórico de desesperanza motivado por el impacto desestabilizador de las sucesivas crisis que estamos afrontando como humanidad en estos últimos años: atentado contra las torres gemelas, crisis financiera, pandemia del covid 19, guerra de Ucrania, conflicto palestino-israelí, crisis ecológica, nuevo orden mundial … En definitiva, sentimientos de incertidumbre y de confusión generalizados. Y, sin embargo, es en los pliegues de este contexto complejo, en sus tensiones y contradicciones, donde estamos llamados a escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (Sínodo 2021-24, Documento preparatorio, nº 4). Las encíclicas Laudato si y Fratelli Tutti explicitan la profundidad de las fracturas que marcan los caminos de la humanidad, pero nos disponen también a escuchar el clamor de los pobres y el clamor de la tierra, para reconocer las semillas de esperanza y de futuro que el Espíritu sigue haciendo germinar también en nuestro tiempo (Sínodo 2021-24, Documento preparatorio, nº 5).
Unas crisis que afectan también a la Iglesia, pues la misma Iglesia debe afrontar la falta de fe y la corrupción dentro de ella (Sínodo 2021-24, Documento preparatorio, nº 6). Así, si la celebración del jubileo implicaba ya en la antigüedad bíblica el restablecimiento de la debida relación con Dios, con las personas y la creación, y exigía el perdón de las deudas, la restitución de lo enajenado o el descanso de la tierra, ¿acaso no se percibe en este mensaje un dinamismo comunitario de carácter profundamente religioso y social que va más allá de la mera obtención del perdón de los pecados de cada uno en particular? En este sentido, adquiere forma plena y anticipadamente jubilar la vigilia penitencial de petición de perdón con la que se abrieron los trabajos de la XVI Asamblea General del Sínodo en octubre de 2024. El sujeto que pide perdón es la Iglesia. Un gesto que tuvo continuidad en España en las diócesis de Bilbao y posteriormente en la de Madrid, en las que, a la orante petición de perdón por las víctimas de abusos en la Iglesia, siguió un acto público de reconocimiento y reparación. La reparación debe ser en nuestro tiempo eclesial el nuevo contenido del jubileo. Y esto, porque todo proceso de conversión pasa necesariamente por un reconocimiento de la propia culpa y de reparación.
La celebración del Sínodo 2021-24, pero más si cabe, su actual fase de implementación, así como el objetivo de una Iglesia constitutivamente sinodal, constituyen hoy uno de los más firmes valores para ser Iglesia de otra manera y para vivir un cristianismo renovado (Cristina Inogés, Del Sínodo al jubileo: construyendo comunidad en diálogo, Cuadernos Cristianismo y Justicia, nº 238, p. 3). Porque hemos comprendido que en el corazón del Sínodo se encierra una llamada a la alegría y la renovación de la Iglesia en el seguimiento del Señor, en el compromiso al servicio de su misión y en la búsqueda de los modos para serle fiel (Sínodo 2021-24, Documento final, nº 3). El proceso sinodal nos ha hecho experimentar el sabor espiritual de ser Pueblo de Dios, es decir, algo más que la mera suma de los bautizados, sino el sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y de la misión, todavía peregrino en el tiempo y ya en comunión con la Iglesia del cielo (Sínodo 2021-24, Documento final, nº 17). El Sínodo recupera un aliento, el del Concilio Vaticano II, que ahora hemos visto reflejado en el ilusionado talante de los que hemos participado activamente en el proceso sinodal, y en el de aquéllos que, por haber vivido con esperanza el tiempo conciliar y postconciliar, saben reconocer en la iniciativa de Francisco el aire fresco que la Iglesia necesita para para ser y estar en el mundo de hoy en día.
Frente a la llamada del Espíritu, la dura oposición de algunos sectores intraeclesiales a la conversión sinodal de la Iglesia no hace sino abrir la puerta para comprender el proceso sinodal en el marco interpretativo de la auténtica esperanza bíblica, que se acredita en el tiempo como esperanza contra toda esperanza. Benedicto XVI ha propuesto el actuar y el sufrir como lugares de aprendizaje de la esperanza (Encíclica Spe salvi, nº 39). Porque, en cualquier caso, la esperanza cristiana que hemos de proyectar también sobre el futuro de la Iglesia y su misión en el mundo no es el reverso del optimismo histórico de la modernidad. La mirada esperanzada en cristiano tiene su fundamento en la promesa de Dios, y ésta pasa por la memoria de la pasión, muerte y resurrección de Cristo (F. Javier Vitoria, Dar razón de la esperanza en tiempos de incertidumbre, Cuadernos Cristianismo y Justicia, nº 239, p. 9). Se trata pues de una esperanza crucificada y pascual, no de la ilusa expectativa de que todo irá bien. Ser peregrinos de la esperanza, la consigna del Jubileo 2025, implica en lo personal reavivar la esperanza por la súplica, la oración y el silencio, tal como Pablo le pide a Timoteo: “Reaviva el don que hay en ti” (2Tim 1,6); y como Iglesia constitutivamente sinodal, la invitación a “mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras.” (Francisco, Carta a Mons. Fisichella para el jubileo 2025, 11 febrero 2022). Para una mirada esperanzada, también, sobre el futuro de la Iglesia.
Emilio Aznar Delcazo. Diócesis de Zaragoza (Artículo publicado en la revista Hospitalidad y misión, mayo 2025, nº 85, con el título La Esperanza y el Sínodo).


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