Estoy más cerca de los 70 que de los 60 años y soy una mujer de mi tiempo. Crecí con los Beatles, el movimiento hippy y “la maría”, baile pop, rock y disfruté con la música anglosajona y americana de los 70, 80 y 90. Amé a Sabina, a Mecano y a Celtas Cortos. Reaccioné, como correspondía, a correr delante de los grises, a las relaciones prematrimoniales y me rebelé lo que pude contra mis padres… Eran mis tiempos, eran mis años de juventud y, aun así, como mujer bien educada, creyente y de colegio de monjas, quería casarme por la Iglesia, con el príncipe azul y tener hijitos, guapos y rubios, aunque esto en este país era un milagro como no te casaras con un sueco, como hizo mi amiga Lourdes.
Y… habiendo vivido lo mismo que montones de mujeres de mi edad y, con todo respeto hacia mi querido Papa Francisco, jamás, jamás me he sentido dentro del Pueblo de Dios hija, hermana, madre y esposa; jamás, jamás he entendido la frase que el Papa repite insistentemente, la Iglesia es mujer. Es un antropomorfismo y no me gusta.
Querido Papa, somos mujeres que nos hemos formado, realizado a nosotras mismas, hemos luchado contra estereotipos eclesiales, patriarcales y sociales, hemos conseguido nuestra independencia, nuestra autonomía y me parece tan ridículo, y hasta me da vergüenza, eso de ser en mi Iglesia, en la Iglesia de mi Dios, en la Iglesia de mi Jesús el Cristo, hija, hermana, madre, esposa. No, yo en la Iglesia soy una mujer libre, igual en derechos, dignidad y trato que los hombres. Y Dios Padre es mi tierno creador, mi motor en la vida y mi caminar en ella. En Cristo soy una con Él. Él y yo somos un soluto indisoluble. Esa soy yo en mi Iglesia.
Estos conceptos deberían empezar a cambiar, primero por la semántica, que estudia el significado de las palabras y expresiones, y luego por el uso que de ellas se hace y el significado que se les da. Porque ya tenemos claro que los tiempos cambian y que nosotros, los católicos, debemos adaptarnos con inteligencia a esos cambios sin perder nuestra esencia. Pero conceptos como los anteriores no sirven en absoluto para definir el papel, el trabajo, el servicio, de la mujer en la Iglesia.
Como muy bien apuntó la rectora de la Universidad de Lovaina hace unos días, cuando estuvo nuestro Papa: Francisco no tiene muy claro el lugar de las mujeres en la sociedad. Dice la rectora que el Papa mantiene una compresión determinista y reduccionista sobre el lugar de las mujeres en la sociedad, pues no contempla debidamente su realización.
Pero no estoy de acuerdo del todo con la rectora. El Papa contempla perfectamente la realización de las mujeres. Con la publicación de la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium de 2022, el Papa Francisco ha hecho posible que en el futuro los laicos, y por tanto también las mujeres, puedan dirigir un dicasterio, es decir, convertirse en prefectos, un cargo que antes estaba reservado a cardenales y arzobispos.
Actualmente es una mujer la directora de los Museos Vaticanos y otra asume la secretaria general del Governatorato, algo así como la presidencia ejecutiva del gobierno del Vaticano. El Papa Francisco nombró también a dos religiosas y una laica miembros del dicasterio para los Obispos, donde participan en el proceso de selección de obispos para la Iglesia universal junto con cardenales y obispos que, como ellas, son miembros del dicasterio. El Consejo para la Economía del Vaticano está compuesto actualmente por cinco mujeres y un hombre. Resumiendo, 5 de las 22 oficinas más importantes de la Curia tienen ahora mujeres en el equipo de dirección.
En «Volvamos a soñar», Francisco describió como un reto para él «crear espacios en los que las mujeres puedan asumir el liderazgo de una manera que les permita dar forma a la cultura y garantice que sean valoradas, respetadas y reconocidas».
Vale, bien, hay que darle las gracias, pero las mujeres que el Papa ha nombrado como “asesoras y directivas”, son aquellas que evidentemente han completado procesos de realización personal y académica en diferentes especialidades profesionales, han sido nombradas para puestos relevantes importantes acorde con sus capacidades, son economistas, licenciadas en ciencias políticas, teología, comunicación y marketing y etc, etc… Es como si se le tuvieran que dar las gracias a Amancio Ortega de Zara por contratar a mujeres formadas y capaces para realizar trabajos de alta dirección empresarial.
Pero no van por ahí los tiros, querido Papa. Hay líneas rojas, que las mujeres hoy por hoy no podemos y, por supuesto, no vamos a cruzar; y todos sabemos cuáles son. Desde principios del siglo pasado, la mujer ha ido conquistando su sitio en la sociedad, en todos los estudios y profesiones existentes. Ese proceso profesional en el Vaticano es normal, como en toda organización que gestiona recursos humanos y materiales.
Pero…, y he aquí el quid de la cuestión, sin tocar los espirituales…
Esa integración femenina es muy inteligente, querido Papa, pero ya sabe que no es sólo eso lo que quiere la mitad del Pueblo de Dios.
Y como estoy en un momento crítico y en una etapa de conflictos, que bien puede ser destructiva para la vida intelectual o, por el contrario, alimentar la vitalidad cultural y el debate fructífero de puntos de vista diversos… voy a quedarme con esto último, que me gusta más, y va más con mi forma de ser y voy a seguir alimentando mi dinamismo, mi ánimo, buscando algún debate fructífero que, como dice el Prof. Martínez Gordo, teólogo, profesor jubilado de la facultad de Vitoria, me ayude a “superar modelos de poder unipersonal y absolutistas, aderezados por esta sinodalidad tan escuchante” y, añado yo, empática y simpática, que a casi todos nos ha hecho llorar un poco.
Gema López-Menchero Mínguez. Diócesis de Zaragoza


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