No cabe ninguna duda de que, tras de tres años de proceso, el Sínodo va dando sus frutos y vamos descubriendo la importancia de la acogida, de la escucha, de la participación de todos los bautizados y del caminar juntos. Expresiones a las que recurrimos con relativa frecuencia y que reflejan a la perfección lo nuclear del proceso sinodal a condición de que no se queden simplemente en fórmulas retóricas y desactiven, por eso mismo, la implicación de todos en la consecución del objetivo final, que no puede ser otro que la conversión y renovación de la Iglesia y de sus estructuras. Para ello, hay que pasar del eslogan a lo concreto, es decir, del qué al cómo. La excesiva generalización teórica genera frustración y enfría el ánimo de una gran masa social que, dentro y fuera de la Iglesia, había atisbado un resquicio de esperanza en hacer posible un proceso de renovación y reforma.

Tal vez por eso el Sínodo nos emplaza en este momento a que pensemos más bien en el cómo ¿Cómo ser una Iglesia sinodal en misión? Y, como quiera que ésta es la pregunta que, por medio del Equipo Diocesano, la Conferencia Episcopal nos ha lanzado a los grupos sinodales, nos hemos planteado en el nuestro, el grupo promotor de este blog, ponernos manos a la obra y consensuar cuáles son para nosotros los puntos válidos y aplicables del Instrumentum laboris y cuáles necesitan aún ser profundizados y corregidos. Enviaremos esta semana nuestras respuestas a la organización, pero nos ha parecido oportuno reflejarlas antes de forma sintética en esta entrada por si a alguien le inspiran y, sobre todo, por seguir promoviendo una reflexión colectiva también en nuestras diócesis aragonesas.

Comenzando por las cuestiones más teóricas, creemos que el punto de partida para todo lo demás es la sincera aceptación de la eclesiología del Pueblo de Dios, tal como está formulada en el concilio Vaticano II, cap.2 de la Lumen Gentium. Esta manera de comprender la Iglesia implica el reconocimiento de la igual dignidad de todos los cristianos por el sacramento del bautismo, la responsabilidad personal irrenunciable de cada uno y el fundamento de la sinodalidad como algo esencial y constitutivo de la vida de la Iglesia. Por eso, consideramos imprescindible que sintamos la absoluta necesidad de la conversión personal y de la reforma de estructuras. La eclesiología del Pueblo Dios y de la sinodalidad ha de explicitar cómo hay que entender  la “igual dignidad” de todos los bautizados, denunciar los usos y costumbres eclesiásticas que van en contra de esa igual dignidad, y señalar sin ambigüedades las actitudes y conductas que chocan frontalmente con la conciencia de que todos tenemos igual dignidad.

Así mismo, pensamos que esta segunda sesión general ha de ampliar la participación y el ejercicio de la corresponsabilidad de todos los bautizados, en la variedad de sus carismas, vocaciones y ministerios. La imprescindible erradicación del clericalismo estructural debe suponer la consideración de los ministros ordenados dentro del Pueblo de Dios y no por encima, dando espacio a todos los carismas, vocaciones y ministerios eclesiales. Urge la incorporación plena de los laicos, y más concretamente de las mujeres, no solo en la corresponsabilidad de la misión, sino también en la toma de decisiones. El Sínodo debería proclamar que no cabe ya concebir la Iglesia como si estuviera constituida por dos partes desiguales: la Sagrada Jerarquía y los fieles. Es necesario además repensar el tema de la «ministerialidad», evitando el peligro de transferir a los laicos una aureola de poder por el hecho de ejercer alguno de estos ministerios y, en consecuencia, promover nuevos servicios en la Iglesia del siglo XXI y abrir cauces para que se puedan llevar a cabo. Una conversión a una visión de relacionalidad, interdependencia y reciprocidad entre mujeres y hombres debe conducir a que las mujeres tengan acceso ordinario a puestos de responsabilidad en seminarios, institutos y facultades de teología, así como a puestos de decisión en parroquias, diócesis y otros organismos eclesiales. Para ello se precisa una visión renovada del ministerio ordenado, pasando de una modalidad piramidal de ejercer la autoridad a una sinodal, así como un cambio urgente en el modelo de formación de los presbíteros y diáconos. Vemos claramente que el modelo de los seminarios actuales no está sirviendo para preparar “servidores” del Pueblo Dios en nuestro tiempo.

Creemos en una Iglesia abierta y acogedora de todos. La Iglesia no puede excluir a nadie, ni siquiera a quienes viven situaciones especiales en relación al matrimonio o a las cuestiones de género, así como a las personas discriminadas por todo tipo de situaciones. Y, por supuesto, es fundamental una Iglesia que sitúe a los pobres en el centro de su ser y misión, y no solo ayudando a las personas, sino al mismo tiempo repensando el modo de encarar las absurdas desigualdades sociales y económicas.

Puntos válidos del Instrumentum laboris que tendrían que asumirse en esta segunda sesión son también para nosotros la articulación de los procesos en la toma de decisiones, con la consiguiente exigencia de información; la cultura de la transparencia y la rendición de cuentas por parte de los ministros ordenados y de todo el que ejerza una responsabilidad en la Iglesia, también en lo que afecta a la acción pastoral; la formación de todo el Pueblo de Dios en su conjunto, que incluya, además de la formación teológica, la del ejercicio de la corresponsabilidad, escucha, discernimiento, diálogo ecuménico e interreligioso, servicio a los pobres y cuidado de la casa común, cultura digital, procesos de discernimiento y conversación en el Espíritu, construcción de consensos y resolución de conflictos, etc; la revisión del perfil y funcionamiento de los consejos pastorales (parroquiales, de zona y diocesanos), especialmente la modalidad de designación de sus miembros, que en su mayoría no deberían ser nombrados por la autoridad; su carácter deliberativo y decisorio; la recuperación de la importancia de la Iglesia local en un ejercicio de descentralización que busque la adecuación del mensaje y de la acción pastoral a las características propias e idiosincrasia de cada pueblo; la legitimidad y pertinencia del Sínodo, y no sólo de los obispos, en la Iglesia universal y en las Iglesias locales; las conferencias episcopales como sujetos eclesiales de atribuciones concretas y vinculantes, incluyendo una auténtica autoridad doctrinal; la promoción de asambleas eclesiales constituidas por representantes de todo el Pueblo de Dios (obispos, presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, laicos y laicas); la necesidad de pensar el ejercicio del primado de una manera más sinodal, especialmente en lo que se refiere al colegio de obispos…

Los temas son muchos y de profundo calado, y eso que no hemos nombrado los que pueden ser más controvertidos y sobre los que proponemos seguir profundizando. Sin ánimo de ser exhaustivos, para nosotros serían: la creación de comunidades abiertas presididas no necesariamente por un presbítero; la toma en consideración de la ordenación de hombres casados; la ordenación diaconal y presbiteral de mujeres; la manera de entender el significado de la Tradición en la Iglesia; la distinción entre la doctrina de la fe y las normas eclesiásticas …

Que todas estas cuestiones estén en este momento en la conciencia de la Iglesia y sean objeto de discernimiento sinodal nos llena esperanza porque eso quiere decir que se están conmoviendo muchas cosas. Algo que no puede tener cabida en nuestros planes pastorales, pues se trata de realidades diferenciadas de las de una programación pastoral ordinaria. Estamos hablando del ser mismo de la Iglesia, no tanto de su quehacer. Independientemente de las formulaciones concretas y de las conclusiones de la Asamblea Sinodal de octubre, el momento que estamos viviendo en la Iglesia tiene un especial significado para todos. Tanto como para que nosotros, también en este curso, sigamos proponiendo como principal prioridad la de la renovación y reforma de la Iglesia y de sus estructuras. Es decir, intensificar ahora todavía con más motivo la cuestión fundamental de cómo ser una Iglesia sinodal en misión.

Grupo sinodal. Diócesis de Zaragoza


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