Soy cura de Zaragoza y estoy pasando los meses estivales en un pueblo del Pirineo aragonés, mi pueblo. Escribo en plena cuesta abajo del mes de agosto, a los cien días del lanzamiento de este blog, momento muy adecuado para los balances. Balance personal en mi caso, para intentar responder a cómo estoy viviendo el espíritu sinodal en este tiempo.
Confieso de entrada que el blog me ha ayudado a “sinodalear” (palabra que sugerí en las reuniones de su puesta en marcha por parte de nuestro grupo de San Carlos, allá por el mes de mayo, y que obviamente no tuvo el menor éxito). Entiendo por ello vivir el espíritu sinodal, algo muy difícil en este contexto vacacional tan distinto del de final de curso. Se trataba al principio de crear una imagen, buscar unos colaboradores, definirnos (“¿Quiénes somos?” fue el título del primer post el 21 de mayo), invitar a colaborar (“¡Anímate!” fue el siguiente).
Junio fue un mes intenso, como corresponde al final de curso. Nada menos que ocho entradas, dos por semana. Urgía el expresar nuestras opiniones, nuestros deseos. Recogieron el guante en Tarazona y supimos cómo se había desarrollado el sínodo en esa diócesis (“¡Ya era hora!”), cómo se había vivido a nivel personal con la vista puesta hacia afuera (“Mis vivencias del Sínodo”), cómo aparecía reflejado en las webs de las diócesis aragonesas (“Ojos que no ven, corazón que no siente”)… Se iba plasmando la dimensión territorial aragonesa, al tiempo que se analizaban las actitudes que el sínodo despertaba a nivel personal: saber escuchar como premisa inicial impuesta desde el marketing (“La importancia de escuchar”), no tener miedo al cambio (“Brotes verdes”). Surgían en esta línea propuestas concretas expresadas en voz muy alta (“Sobre el diaconado femenino”) o pidiendo la revisión del lenguaje de los textos litúrgicos (“Hablando se entiende la gente”).
En julio comencé (¡por fin!!) mis vacaciones. Cambio de aires, descanso, excursiones, reencuentros con familiares y amigos… A la espera de los Juegos Olímpicos, otros temas de la actualidad política y social se sucedían, levantando pasiones tanto en los medios de comunicación tradicionales como en las redes sociales. Las conversaciones en mi entorno, no sin un cierto hartazgo, giraban sobre temas más prosaicos y cercanos, como las olas de calor… La presentación oficial del Instrumentum laboris del Sínodo el día 9 de julio quedó por todo ello algo deslucida. Decidí en consecuencia sacar mi antena sinodal y escuchar (es decir, meditar o intercambiar conmigo mismo) las opiniones que semanalmente iban apareciendo. Una actividad perfectamente compatible con los paseos en el entorno o con las “in-actividades” vacacionales.
He gozado con los testimonios de vivencias sinodales protagonizadas por jóvenes (“Sino-Qué?? Un proceso lleno de color !!!”, “Los jóvenes y el Sínodo”), he sintonizado con las urgencias expresadas más apasionadamente (“Sí, he aprendido a escuchar… pero no me basta”) o menos (“Es imprescindible conocer la realidad”, “Conversión sinodal, cambiar o morir”), he ampliado mi zoom hacia otros campos -ya en el mes de agosto– como el papel de la iglesia en la religiosidad popular de mi entorno pirenaico (“Mea culpa”) o hacia otras personas con las que compartimos camino bajo banderas diferentes (“No están todos los que son”). Puntualizando que el proceso sinodal va más allá de una fecha predeterminada (“¿Hacia octubre de 2024?”). En los huecos que me dejaban las conexiones televisivas o los intercambios de whatsapps, pude profundizar en el Instrumentum laboris, descubriendo lo que significa ser una iglesia misionera, es decir con la mirada enfocada hacia la realidad del mundo en que vivimos.
Superada con éxito la prueba de los cien días, en el corto espacio vacacional que me resta y a la espera de la sesión del 2 de octubre, con un comienzo de curso que promete ser sinodalmente apasionante, me propongo seguir dirigiendo mi antena hacia este blog para captar las señales que lleguen desde otras personas y grupos, así como del resto de las diócesis aragonesas. Porque se trata de eso, de compartir camino, que es lo que significa el término en su origen griego (σύν-οδος). Es lo que yo denomino “sinodalear”, con perdón.
José Luis Febas Borra. Diócesis de Zaragoza

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