La temática que nos ha presentado el Sínodo, nos invita a soñar con una Iglesia superguay y atrayente. Sería aquella que, por una parte, tenga el estilo de Jesús (su espíritu, sus modos de ser) y, por otra, que “sepa estar” en el mundo de hoy.

La Iglesia se compone de personas y creo que cada uno deberíamos ser como le gustaba a Jesús que fuesen las personas que decidan seguirlo. Lo chocante es que las características que subraya la jerarquía de la Iglesia no son exactamente las que recalca Jesús. O sea, el retrato robot de buen cristiano que reflejan los evangelios no coincide con lo que habitualmente se nos predica, ni lo que la gente entiende como buen cristiano típico: conservador que va a misa. ¿Somos conscientes de que nos hemos alejado del estilo de Jesús? A pesar de ser del grupo de los que deben conservar su espíritu.

La parábola de “los talentos” no sólo tiene aplicación individual sino también eclesial. En ella, queda descalificado el conservador (miedoso y perezoso) y se alaba a los emprendedores que apuestan por lo nuevo. En “el administrador infiel” se alaba al que con su creatividad busca soluciones prácticas. En “las vírgenes necias” se critica a quienes no se programan para el futuro. En la del “rey atacado”  (Lc 14,31) se pone como ejemplo al que calcula con cifras la solución de los problemas. Además, se pone como modelo a la serpiente, no solo a la paloma. Directamente se ataca a quienes dicen mucho ¡Señor, Señor! pero no actúan en la misma proporción. Ejemplos positivos: el chico que llevaba el pan y los peces de la multiplicación y Zaqueo como modelo de buscador.

En las predicaciones no se insiste en nuestra obligación de crecer como personas adultas y críticas, para no ser posesos modernos.  Para ser sal del mundo, hay que estar en él y junto a los voluntarios que trabajan por mejorarlo. Pero se nos predica una piedad conventual y unos modos de vida distantes de la cultura actual (en símbolos, lenguaje, imágenes, música, literatura, poesía, teatro, cine, filosofía). Mientras se habla de escucha y de no ser auto-referenciales, solo leemos documentos de la Iglesia. No se nos anima a entrar en las redes sociales aportando “nuestra sal”; nos limitamos a criticarlas por lo que hemos oído de ellas.

No caemos en la cuenta de que sin la química moderna, la madre Teresa de Calcuta no podría dar de comer al hambriento ni vestir al desnudo (sin abonos, sin fibras, sin transgénicos, sin medicinas…). La naturaleza no da para tanto. ¿Va eso en la línea de Jesús o no? Al que inventó el dinero e hizo posible la existencia de los millones que poblamos la tierra ¿Le  reconocemos su mérito? ¿Solo son santos los rezadores? La igualdad de las mujeres en la Iglesia se queda en palabras y eso no es “saber estar”. ¿Qué haría Jesús con el problema de las mujeres diáconos? ¿Consultaría este tema a los rabinos de más prestigio? Servir se dice en griego “diaconeo” ¿dejará de ser “diacona” la recién curada suegra de Pedro porque no lo pone el Derecho Canónico? ¿Se busca tranquilizar al mundo clerical a costa de los derechos de la mujer? Tener otro estilo que el preferido por Jesús nos lleva a algunos despistes en nuestros juicios. Por ejemplo: no valoramos ni siquiera estamos al tanto del trabajo de quienes, aunque digan que no tienen fe, trabajan de hecho por el Reino de Dios con su investigación científica. Dicen que no, pero que van a trabajar a la viña.

Tú ya caminas feliz por esta línea del Reino: no cambies.

Ángel Calvo Cortés. Diócesis de Zaragoza


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